Hubo una vez una pequeña niña que
soñaba con ser un ave para poder volar por las praderas en primavera. Siempre
anhelaba con el día en que su sueño se hiciera realidad pues debido a sus
alergias en esa época del año, cuando las flores invadían aquellas praderas, su
madre no le permitía salir de su hogar por temor de que algo malo pasara.
Una noche mientras descansaba en
el balón de su casa pudo observar una estrella fugaz y con toda su esperanza
puesta en ello deseó poder convertir aquél sueño hecho realidad. Suspiró al ver
que no sucedía nada y decepcionada fue hasta su habitación para dormir y dejar
aquello en el olvido.
A la mañana siguiente los rayos
del sol se adentraban entre las cortinas hasta llegar a vislumbrar los pequeños
ojos cerrados de la menor. Poco a poco abrió los ojos y se movió un poco para
que el sol no le diera directamente. Su habitación se había hecho un poco más
grande de lo habitual o eso sintió desde donde estaba. Se reincorporó y trató
de observarse, calló estrepitosamente por las sábanas hasta llegar al suelo y
con cuidado se dirigió al espejo de su habitación, lo que vio la emocionó y
asustó al mismo tiempo.
Aquél deseo que había pedido se
había hecho realidad pues ella medía apenas unos 9 cm de longitud, el plumaje
de su cuerpo en las partes superiores de color marrón liso mientras que las
inferiores de un tono pardo grisáceo y el obispillo rojo, además, tenía
pequeñas manchas blancas. Su deseo la había convertido en un Bengalí rojo y
estaba emocionada.
Al ser su primer día como un ave
tenía que aprender a volar por lo que subió nuevamente a su cama dando pequeños
brincos y desde ahí tomó impulso extendiendo sus alas y aleteando todo lo que
podía. Sus primeros intentos fueron un completo fracaso, sin embargo eso no la
desanimó. Intentaba e intentaba hasta que al fin pudo volar. Su meta estaba en recorrer
esas praderas y así lo haría.
Salió volando de su habitación
hasta encontrar una ventana abierta, sentía la emoción recorrer por todo su
cuerpo, los latidos del corazón aumentaban y los nervios la invadían. Aleteó y
aleteó y ahí estaba, fuera de su casa volando por los alrededores. Poco tiempo
pasó hasta que decidió volar más allá. Lo que sus ojos podían ver la maravilló
aún más pus la vista que tenía del lugar era realmente hermoso. Había un
pequeño lago con el agua cristalina y el sol hacía que brillara un poco. Junto
a ello el pasto era de un verde brillante el cual era mecido por el viento.
Aleteó más alto y notó como las flores comenzaban a verse más y más. Había
flores de distintos colores, desde rosas hasta azules.
Seguía su largo camino hasta que
se detuvo en una rama de un árbol. Le dolían las alas para seguir volando y
poco después recordó que no había desayunado nada y ya era la hora de la
merienda. También recordó que no había avisado y que sus padres seguramente
estarían asustados por lo que la asustó y preocupó. Miró desde ahí y todo era
tan inmenso que no recordaba hacia donde vivía. No quería admitir que se
encontraba perdida, así que decidió continuar volando después de que descansara
un poco.
Pasaban las horas y la noche comenzaba a asomarse, la desesperación comenzaba a invadirla y una enorme tristeza la llenaba. Estaba arrepentida de haber deseado eso, pensaba en todo lo que había perdido, en los abrazos de mamá y los cuidados de papá. Recordó que mamá estaba esperando a su nuevo hermanito y comenzó a llorar dejando rodar pequeñas lágrimas sobre aquél plumaje que tanto le había gustado. No podía hablar y lo único que salía de ella era un cantar, un triste cantar que le dedicaba a su familia. Se había alejado mucho de su hogar. Sabía que nunca más los volvería a ver. Comprendió el por qué sus padre la cuidaban tanto y era porque la amaban pero ahora había sido demasiado tarde. Estaba perdida y sola. El llanto la cansó al grado de caer dormida en un hueco de un árbol que había encontrado. Anhelaba ver a su familia, quería que regresara el tiempo pero era tarde, su deseo ya se había vuelto realidad y no creía que regresaría a ser como era antes.
Después de tanto dormir, abrió los ojos pues el sol ya había salido y le daba igual en los ojos, se movió un poco y al abrirlos notó que se encontraba en su habitación. Se puso de pie y notó que ya no era un ave pues miró al espejo y era ella misma, Tocó su cara y una sonrisa junto a lágrimas comenzó a reír. Bajó las escaleras, abrazó a su madre y le dijo que ya estaba de vuelta. La madre no sabía que era lo que había pasado pues hace unos momentos ella había subido a verla para decirle que el desayuno ya estaba listo pero la encontró profundamente dormida. La niña no paraba de reír y llorar y de decir que los amaba y que entendía todo a la perfección sobre sus cuidados.
El tiempo pasó y la niña creció y con ello sus alergias quedaron atrás y ahora todos juntos en familia podían disfrutar de las distintas estaciones del año.
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