Las voces se escuchaban cada vez
más fuertes ¿Qué más podía hacer? Era obvio que tenía que hacer algo para
silenciar todas esas voces que me atormentaban por las noches las cuales no me dejaban
dormir con tranquilidad.
Verla ahí junto a mi hacía que
las voces disminuyeran hasta el día de hoy reclamaban tenerla para mí por
completo. Su blanca y tersa piel me atraía con una locura que sólo pocos
podrían experimentar y que muchos proclaman haberlo tenido, pero no, no lo
conocen tan bien como yo.
La invité a mi departamento,
engañada por supuesto, pon una dulce mentira de que el amado que la había
dejado quería charlar con ella y quería que se vieran en mi departamento para
no ser molestados por personas que estuvieran a los alrededores.
Mi inocente y tierna niña
atravesó aquella puerta de entrada la cual cerré con cuidado para no despertar
algunas sospechas. Caminaba a su espalda y al voltearse la silencié con aquella
fragancia del amor llamado cloroformo. La tomé antes de caer al suelo para no
que no estropeara ese bello rostro angelical que tanto me obsesionaba.
Se había maquillado de una manera
en la que los mismos ángeles tendrían envidia con tanta magnificencia que
poseía y aquél cabello negro y ondulado emanando una fragancia que solo ella era
capaz de tener.
La voces iban en aumento cuando
me acercaba cada vez más al dormitorio donde por y para siempre me pertenecería
tan bella paloma que cayó en mi jardín. “Debes hacerlo” repetían una y otra vez
las voces que resonaban en mi mente mientras pasábamos a un lado de mi cama “¡Debes
hacerlo ahora!” exclamaban pero trataba de no hacerles caso a pesar de que solo
a ellas escuchaba, impidiendo sentir y escuchar la bella y tranquila
respiración de mi dulce paloma.
¿Por qué preferías a ese demente antes
que a mí? Mira lo que hice por ti.
En mi baño tus ropas siendo
manchadas con aquél fluido carmín que emanaba de tu yugular, palpitante y
rebosante aquella que manchaba mi cuerpo y toda la tina en la que nos habíamos
puesto. Las voces por fin se silenciaban y ahora era mi turno de ir a donde te
tendré por el resto de la eternidad, oscura como la noche, y roja pasión como
el color de tus labios y el tono de tu sangre. Amada mía, sólo mía.